LA CUESTIÓN DEL ORIGEN: EL HOMBRE, SER CREADO

1-La crisis del transformismo

En 1859 aparece la primera obra importante de Charles Darwin, Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural Doce años más tarde ve la luz la descendencia del hombre y la selección en relación con el sexo. El impacto producido por estas obras, no sólo entre los científicos e intelectuales, sino también entre el gran público, fue inmenso.

Es conocida la boutade de una elegante dama inglesa al oír que el hombre desciende del mono: «¡Dios mío, no puedo creerlo! Pero, si es cierto, Dios quiera que el rumor no se corra». Realmente, la revolución darwiniana era mucho más traumática que la revolución copernicana; la dimensión tiempo afecta al hombre más directamente que la dimensión espacio, y el antropocentrismo queda más seriamente cuestionado por el evolucionismo que por el heliocentrismo. Que el hombre sea creación de Dios es, tanto lógica como cronológicamente, la primera afirmación de la antropología bíblica.

Convenía, sin embargo, por razones de método y comodidad expositiva, tratar antes que ésta otras cuestiones que nos suministran el bagaje conceptual y terminológico precisos para abordar con solvencia el problema del origen del hombre.

Este problema cobró candente actualidad con las tesis darwinianas sobre el origen de las especies, y más concretamente de la humana, a través de un proceso evolutivo que abarca a toda la biosfera. La reacción de la mayoría de los teólogos cristianos a estas tesis fue, de entrada, durísima y constituye una de las páginas menos gloriosas del pensamiento teológico de todos los tiempos.

La primera manifestación eclesiástica de carácter oficialmente doctrinal sobre nuestro tema es de 1909 y procede de la Comisión Bíblica; a propósito de la historicidad de los tres primeros capítulos del Génesis, se menciona «la peculiar creación del hombre, la formación de la primera mujer a partir del primer hombre, la unidad del género , humano» Aunque la expresión «peculiares creatío homínis» parecería de suyo compatible con un evolucionismo moderado, la fórmula siguiente sobre el origen de la mujer no facilita esta interpretación. De todas formas, el alcance de este documento era limitado y más bien de orden práctico; se refería a lo que en aquel momento se consideraba como doctrina segura, sin cerrar el paso a ulteriores indagaciones; así se declaró autorizadamente por la propia. Comisión Bíblica en 1948.

De todas estas razones, la que más pesaba era, sin duda, la exegética; en el estado en que se encontraban los estudios bíblicos, cualquier interpretación alternativa a la literal estaba condenada de antemano a quedar bloqueada. En este sentido, es significativo que la oposición al evolucionismo fuese más fuerte entre las escrituritas que entre los propios dogmáticos. Hay que esperar a la segunda década del siglo XX para asistir a los primeros síntomas de un reblandecimiento en esta oposición a toda forma de evolucionismo. El canónigo H. de Dordolot publica en 1921 su darwinismo y pensamiento católico, del que se ha dicho que era «el primer libro de un teólogo que se mostraba excepcionalmente favorable al tema de la evolución».

Diez años más tarde ve la luz otro libro que se convertiría en clásico; se trata de la obra de E. C. Messenger, Evolution and Theology (Evolución y Teología). Por entonces, un jesuíta francés, P. Teilhard de Chardin, comienza a ser conocido; la influencia que ejercerán sus escritos, divulgados privadamente entre un círculo cada vez más amplio de amigos y admiradores, será decisiva para aclimatar la cosmovisión evolutiva en la esfera de una interpretación cristiana de la realidad.

En noviembre de 1941, Pió XII se dirige a la Pontificia Academia de las Ciencias con un discurso que tuvo amplias repercusiones. El papa sostenía, de un lado, que la diferencia esencial entre lo animal y lo humano prohíbe considerar padre de un hombre a un ser no humano: «solamente del hombre podía venir otro hombre que le llamase padre y progenitor». Añadía el pontífice que «la ayuda dada por Dios al primer hombre [la mujer] viene también de él».

Nueve años más tarde, el mismo pontífice abordaba de nuevo nuestro tema en la encíclica Humani Generis. En comparación con el discurso de 1941, el texto papal representa un significativo avance.

Se alaba a aquellos («no pocos») que «ruegan que la religión católica atienda lo más posible a los resultados de las disciplinas (científicas)», aunque se aconseja moderación y cautela allí donde se trate de «hipótesis» o «conjeturas». Tras este exordio, la posición oficial del magisterio viene fijada en los puntos siguientes:

a) El magisterio de la Iglesia no se opone a la doctrina del evolucionismo (es la primera vez que aparece el término en un texto papal), si por tal se entiende el origen del cuerpo humano de una materia ya existente y viviente.

b) La tesis evolucionista es inaplicable al origen del alma; en cuanto a ésta, la fe católica obliga a retener que es creación inmediata de Dios.

c) En cualquier caso, los cristianos deben estar prontos a acatar el juicio de la Iglesia, intérprete auténtico de la revelación, sobre estas cuestiones.
En resumen, la postura papal reproduce con asombrosa similitud la que Mivart había sostenido casi un siglo antes: nada parece oponerse a considerar el cuerpo humano como originado por evolución de organismos no humanos; el alma, en cambio, es inmediatamente creada por Dios.

El evolucionismo mitigado adquiere al fin derecho de ciudadanía en el pensamiento católico; se da un importante paso en el diálogo fe-ciencia con la admisión de la legitimidad del discurso científico para contribuir al esclarecimiento de la imagen del hombre y con el reconocimiento (implícito) de las limitaciones del discurso teológico para confeccionar en exclusiva tal imagen. A partir de aquí, queda expedito el terreno a la reflexión teológica, que es la instancia a la que compete ahora explorar las posibilidades abiertas por el magisterio.

TemaPágina
El origen del hombre: evolución y teologíaPágina 254 a la 268
¿Monogenismo opoligenismo?Página 261 a la 267
La reducción biologista de lo humanoPágina 267 a la 268
Primatología y sociobiologíaPágina 268 a la 273
. La réplica: el planteamiento antropobiológicoPágina 273 a la 280

Fuente: Antropología Teológica Fundamental

Juan Luis Ruiz De La Peña Imagen De Dios, SalTerrae
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