Este piensa poder explicar exhaustivamente al hombre, su constitución y sus productos desde su infraestructura material; y que en la misma medida que lo explica exhaustivamente lo puede reconstruir. La capacidad para analizar los elementos materiales y las bases físicas de su existencia, pero olvida los otros niveles de la vida personal y desde ellos otras formas posibles de realización.
Esta limita el horizonte del ser humano a lo que sus manos e inteligencia pueden construir pero le cierra la abertura a una trascendencia santa y por supuesto, niega la existencia de una realidad de Dios, que por ser de naturaleza personal se pueda abrir al ser humano y el ser humano a él. Para esta actitud lo que existe en la historia humana es todo y solo cultura, ética, estética, política: todas ellas son exclusivamente obras del hombre, de su capacidad para crear sentido dentro de un mundo transformable y dignificable por la belleza, el orden y la justicia –lo cual es evidente en un sentido –, pero no acepta la posibilidad de eso que llamamos experiencia religiosa, encuentro con Dios, fe.
Esta reconoce la dimensión religiosa del humano, pero se niega o se deja fuera de consideración lo que es la revelación positiva de Dios, y que en el caso del cristianismo hemos concentrado en la revelación profética y en la persona de Jesucristo, que lega a la comunidad creyente su Espíritu para que recuerde sus palabras, conforte a sus discípulos cuanto tengan que dar testimonio a favor de él ante los tribunales, actualice sus intensiones y así vaya haciendo completa la revelación a lo largo de la historia. Aquí se niega que de hecho haya habido en la historia de la conciencia humana unos momentos privilegiados, en los que Dios haya expresado de manera positiva su intención y sus designios salvíficos para el mundo. En consecuencia, tendríamos una historia del sentimiento religioso de la humanidad no una historia de la revelación con la fe correspondiente. En una palabra, que la teología ha perdido su fundamento porque su objeto ha sido legítimamente heredado y explicado suficientemente por la cultura, la historia, la filología, la fenomenología y las ciencias de la religión.
El cristianismo ha reconocido la manifestación de Dios en la creación, y en la conciencia religiosa de la humanidad, pero se ha remitido a la persona de Jesucristo como a la revelación suprema e irrevocable de Dios. Ese carácter de ultimidad, normatividad e insuperabilidad de Cristo es lo que va implicado en las afirmaciones sobre la encarnación de Cristo y la filiación divina.