La teología es ciencia y sabiduría. La teología reclama ser ciencia, porque la fe se remite a una historia, se fundamenta en unos textos y se expresa en unos signos, la teología que la explicita, necesita un conjunto de saberes positivos (exégesis, historia de la iglesia, historia de los dogmas, hermenéutica…), que se deben ejercer con las mismas garantías de rigor y exactitud que tienen en otros órdenes. El teólogo acepta las reglas de la racionalidad, la antigua y la moderna, pero no tolera el imperialismo de ninguna ciencia, que se eleve a categoría suprema y establezca un modelo de racionalidad obligatoria para todos. Una es la racionalidad de la biología, otra la de la historia, otra la de la filología y otra la de la estética, de la ética y de la poética.
Como sabiduría, ella habla de Dios y del ser humano en relación con las dos palabras claves: revelación y salvación. Aquí están en juego el destino personal del humano, el sentido de su existencia, la verdad y acreditación de la propia vida personal. La teología únicamente es verdadera si con ella se puede vivir y morir; si además de vivible es orable y factible. En este sentido la oración es la sustancia última de la teología, porque es ella la que crea esa impresión de realidad y de verdad que los meros saberes y las palabras solas no pueden crear. Teología y oración han ido siempre unidas desde los mismos orígenes, tanto en la oración personal como a la comunitaria. Sin una voluntad sapiencial, que es algo precientífico y poscientífico, no es posible la teología. Sin ella, lo que resulta es un jeroglífico de conceptos, un sistema vacío y una casi inhabitable.
La teología a partir de finales de la Edad Media, para ser científica y reconocida en la universidad naciente, casi se redujo a física y lógica (nominalismo), mientras que los espirituales y místicos se distanciaron de ella por inservible religiosa y salvíficamente. En este sentido los nombres de Lutero y Juan de la Cruz son significativos. Los dos rompieron: con la universidad el uno, y con la forma de hacer teología el otro, para sumergirse ambos en la Biblia y en la poesía como manaderos más fecundos tanto para su vida espiritual como para su teología.
La teología sin fe se queda vacía; la fe sin un mínimo de teología se queda muda y la iglesia sin un máximo de teología incapacitada para cumplir su misión a la altura del tiempo histórico.
Hablar de Dios con el rigor científico y con la serenada pasión del místico: ese es el ideal del teólogo. Hegel acusó a los teólogos de que, amedrentados por la Ilustración, habían perdido la capacidad teórica y el coraje moral necesario para hablar del Dios encarnado y muerto en la cruz y del redentor del humano bajo las consecuencias del pecado. Y eso es lo que se propuso hacer él como filósofo. El historiador francés Jules Michelet (1798-1874), acusaba a la iglesia (católica) de ser poderosa y fecunda en múltiples aspectos, pero ser débil en lo que se refiere a Dios: en saber de él, hablar de él y vivir desde él.
Unos y otros le remiten al teólogo a su gloria y a su miseria. Gloria: tener que hablar de Dios; miseria: no poder hacerlo demostrativamente. Lutero, después de Agustín, ha puesto de relieve esta conexión entre el quehacer teológico y la vida personal, el saber y el pecado, el pensar y la propia salvación, la tentación y la gracia
El quehacer teológico es un menester necesario en la iglesia y en la sociedad. El teólogo tiene que sumar siempre dos aspectos y cada uno de ellos reclamará validez absoluta sin dejar espacio para la afirmación simultánea del otro. Unidos el uno al otro, limitándose y sosteniéndose, esos dos órdenes de la realidad conjugados constituyen la grandeza de la teología, que se desdibuja o desaparece cuando uno prevalece sobre el otro, no se cultiva o desconfía de su validez e importancia. Tensiones que surgen al tener que vivir simultáneamente y ejercitarse coherentemente:
En comunión con los otros cristianos y, sin embargo, fiel a su iglesia y permanecer en comunión con ella. La tensión es casi insostenible, pero no está permitido elegir. Quien renuncia a la primera deja de crear y, por tanto, de existir, quien renuncia a la segunda deja de ser cristiano.
La tensión se deriva también de las tareas que debe cumplir. Tres son las dimensiones de toda teología: técnica, sapiencial, profética.
Función técnica: verificación de los hechos positivos que están en el comienzo, a la fijación de los textos, a la interpretación de los géneros literarios en los que se expresan los libros del origen constituyente, a la lectura de los signos. Función sapiencial: mostrar la verdad que es universal por su capacidad de alumbrar, corregir anhelos y plenificar esperanzas de los humanos, y que es salvífica por derivar de una oferta de Dios mismo desde dentro de la historia humana, existiendo encarnado. Ni la filosofía ni la teología llegar a ser ellas mismas si no contienen una sabiduría de la vida, con la que poder orientarse en el mundo, asumir responsabilidades, gozar con el encanto de existir; trabajar, vivir y morir. Función profética: la teología ayuda, exhorta y consuela a los cristianos en su tribulación discerniendo las tareas necesarias y los rechazos no menos necesarios; por ella la teología es en la iglesia altavoz de nuevas responsabilidades y cedazo crítico de las permanentes absolutizaciones a las que todos los poderes están inclinados, separando el grano de las granzas.
La teología tendrá unos acentos según el lugar concreto en el que ella se elabore: Teología eclesiástica, elaborada en los institutos y seminarios dirigidas al servicio en la iglesia y la celebración del culto y evangelismo como su centro. Está destinada a profundizar, explicitar y amar su fe. Teología académica, que surge en el contexto de la Universidad, en la facultad de teología donde se estudia con el auxilio de los métodos científicos y filosóficos para poner la verdad en diálogo con la sociedad en general. Teología crítica, nacida de la historia concreta en la que la iglesia y la sociedad tienen que conocer el ser, descubrir el bien, realizar la justicia y anunciar el evangelio como vida y libertad para el ser humano.